San Macario de Egipto, llamado también Macario, el Grande, o el
Viejo (ca. 300 - 390) es uno de los más famosos solitarios del
cristianismo primitivo, actualmente venerado como santo por las Iglesias
ortodoxa, católica y copta.
Originario del alto Egipto, tras la muerte de
sus padres, se retiró del mundo a temprana edad, movido desde la niñez por una
intensa gracia. En un lugar despoblado, cerca de la vivienda humilde de un
monje viejo a cuya dirección se confió, empezó la vida monástica en una
estrecha celda, donde repartía su tiempo entre la oración, las prácticas de
penitencia y la fabricación de esteras.
Despues de varios años visitó a San Antonio el
Grande, padre del monacato egipcio y se hizo su discípulo. Más tarde, por el consejo
del maestro, a la edad de unos 30 años, San Macario se trasladó al desierto de
Escete. Diez años después fue ordenado sacerdote. La fama de su santidad, de la
cual se le apodaba el «joven anciano», atrajo a muchos seguidores. Ellos
formaron un establecimiento monástico que al momento de la muerte del abba tenía
miles de habitantes.
La comunidad era de tipo semi eremítico. Los
monjes, guiados por sus maestros espirituales, vivían, rezaban y hacían sus
labores monásticos en las celdas que estaban cerca unas de otras, y se reunían
para el oficio divino sólo los sábados y domingos. El principio que los mantenía
juntos era el de mutua ayuda y la autoridad de los mayores, como guías y
modelos de perfección. Entre los miembros de la comunidad, que se esforzaban
por destacar en mortificación y renuncia, la preeminencia de Macario era
generalmente reconocida. Las austeridades de Macario eran increíbles. Una vez
dijo a su discípulo:"En estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni
dormido lo suficiente para satisfacer a mi naturaleza." A veces, para
contradecir las inclinaciones y cuando otros se lo pedían, se permitía beber un
poco de vino, pero después se abstenía de toda bebida durante dos o tres días.
Macario empleaba pocas palabras en sus consejos, y recomendaba el silencio, el
retiro y la continua oración, sobre todo esta última, a toda clase de personas.
Acostumbraba decir: "En la oración no hace falta decir muchas cosas ni
emplear palabras escogidas. Basta con repetir sinceramente: Señor, dame las
gracias que Tú sabes que necesito. O bien: Dios mío, ayúdame." Su mansedumbre
y paciencia eran extraordinarias, y lograron la conversión de muchos paganos,
incluyendo un sacerdote. Varias veces la oración de San Macario resucitó a los
muertos.
El asceta fue llamado por Dios a los noventa
años, después de haber pasado sesenta en el desierto de Escete, siendo padre
espiritual de innumerables servidores de Dios que se confiaron a su dirección y
gobernaron sus vidas con las reglas que él les trazó. Su abundante experiencia
espiritual se queda en adjudicadas a él homilias y epístolas, cuyo idea
principal dice: el bien supremo y el objetivo del hombre es la unión de las
almas con Dios.
Una vez San Macario caminaba
por el desierto y encontró un craneo humano seco que yacía en la arena. Dándole
una vuelta con su báculo, el asceta le oyó producir un sonido. Entonces Macario
le pregunto al craneo:
-
¿Quién eres?
-
Fuí, - dijo éste,- el jefe de los sacerdotes paganos que vivían en este
lugar. Cuando tú, abba Macario, lleno de Espíritu Divino, sientiendo compasión
por los que sufren torturas en el infierno, rezas por nosotros, entonces tenemos
un
poco de alivio.
-
¿Qué alivio recibís,- preguntó Macario, - y que son vuestras torturas,
cuéntame?
-
Cuanto lejos está el cielo de la tierra, - respondía el craneo con un
gemido,- tan grande es el fuego, dentro del cual estámos, abrasados desde los
pies hasta la cabeza. Y junto con esto uno no puede ver los rostros de otros. Pero
cuando rezas por nosotros, vemos un poco uno a otro, y nos sirve de cierto
alivio.
Al oir esta contestación, el ermitaño vertió
lágrimas y dijo:
-
Maldito es el día cuando el hombre transgredió los mandamientos de Dios.
Y de nuevo preguntó al craneo:
-
¿Hay allí tormentos aún más severos que los que sufrís?
-
Mucho más abajo que nosotros sufren muchos otros, - dijo aquel.
-
¿Quién está allí, entre los tormentos aún más crueles? – preguntó Macario.
-
Nosotros, que no conocíamos a Dios, - contestó el craneo, - todavía
sentimos, aunque sea muy poco, Su misericordia. Mientras los que conocieron Su
nombre, pero Le renunciaron a Él y no obedecieron a Sus mandamientos, sufren
unas torturas mucho más graves y terribles.
Después de esta conversación San Macario enterró el craneo y abandonó aquel
sitio.
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