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“Mi casa de amor...”: como empezó todo


Recuerdos en la víspera del
20 aniversario del convento de Santa Elisabeta

“Mi Convento” “mi casa” – hoy día, tales palabras se puede escuchar no solo de las monjas del Convento, sino también de sus parroquianos y amigos frecuentes.  Durante el período de 20 años de su formación y desarrollo, el convento se ha convertido en un lugar querido para muchos minsqueños, habitantes de otras ciudades de nuestro país e incluso en el extranjero. Esto se debe al hecho de que el monasterio lo hemos construido juntos y, por lo tanto, en cierta medida se puede llamarse "popular". Por otro lado, para cada persona, es "único", ya que cada uno encontrará aquí consuelo y fortalecimiento para su alma, (ya sea en la iglesia, o en el servicio al prójimo, o en el trabajo).
Hoy parece que siempre ha sido así: un hermoso complejo del monasterio, patios, una escuela dominical y más. Sin embargo, hace 20 años la misma idea de la aparición del Convento dentro de la ciudad de Minsk parecía, por lo menos, una fantasía. Bueno, un cuento de hadas puede ser realidad, ya que el Señor dijo: “ Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mateo 18:20)
En aquel lejano año de 1996 yo era estudiante de la secundaria. Junto con mi amiga visitábamos a menudo la Catedral de los santos apóstoles Pedro y Pablo, donde entonces servía el padre espiritual de nuestro Convento, padre Andrei Lemeshónok. Yo leía mucho, especialmente las vidas de los santos. Pero no sabía nada sobre la formación de la Hermandad. Una vez, cuando mi madre vino por un libro nuevo, una joven mujer en la biblioteca de la Catedral le relató sobre la Hermandad, invitándome a mi en ausencia. Cuando llegué a la hermandad, no éramos más de diez. En la atmósfera de la creación, habiéndonos reunido, el Señor gradualmente afinó nuestros corazones a un solo sonido, capaz de captar la voz y la voluntad de Dios antes del comienzo de un largo camino activo. Al mismo tiempo las hermanas servían en los hospitales, cuidando de los enfermos. Pronto se nos ocurrió una grandiosa idea: ¿por qué no construir una iglesia? ¡Qué va la iglesia – un Convento con un templo grande para la gente! Este impulso dejó una huella profunda en mi corazón para siempre.
Hubo muchas dudas y preocupaciones. Para fortalecernos en nuestra decisión  y pedir la voluntad de Dios, nos dirigimos a la isla Zalit para recibir la bendición del anciano padre Nicolai Guriánov. Aquel viaje es una página individual en la vida de cada hermana. El anciano sacerdote padre Nicolai bendijo la construcción del Convento y  fue el primero en contribuir al trabajo de Dios, añadiendo con amor que el resto de dinero necesario traerá la gente. Sus palabra se cumplieron.
Al regresar de la isla Zalit, comenzó una etapa de construcción de 3 años a través de varios trabajos de la hermanas ardientes. Hubo diferentes obediencias, pero lo que las unió que las hermanas “blancas”, llenas de espíritu, salieron a la ciudad, unas con las cajas para las donaciones en el pecho, otras con los productos religiosos. Fue muy difícil llevar la obediencia, gastando todo tu tiempo libre en la construcción del Convento. Pero el Señor nos daba fuerzas y consuelo. Junto con el trabajo duro sonaba una oración constante (personal y colectiva) según las recomendaciones del padre Nicolai Gurianov.
Por supuesto, no todos los familiares aceptaron los cambios en las vidas sus hijas. Así lo sucedió en mi familia. Viéndome en la vestimenta blanca,me daban la espalda, los padres me emitían ultimatums. Desde el punto de vista mundano, fue muy dificil explicar, por qué una joven muchacha próspera, completado el primer año de la universidad, tomó el año sabático para ayudar a construir el Convento, permaneciendo en las calles de la ciudad con la caja para donaciones (incluso en el cementerio) o vendiendo los objetos de iglesia. Ahora me lo parece increíble. Pero si tenía que volver a pasar aquel camino, no eligiría otra ruta.
Así que día a día se realizó el milagro de Dios. Pero lo más importante era lo que la gente a través de las hermanas “blancas” vinieron a la iglesia, encontraron el consuelo y la ayuda. Porque no todos pueden ir a la iglesia, al sacerdote, para muchas personas es más fácil acercarse a una hermana.
El servicio en los internados y hospitales también  está lleno de milagros. Quisiera subrayar que todo el trabajo en la hermandad y en el monasterio se realiza exclusivamente para servir al prójimo. En todo lo que hacemos nos ponemos en manos de Dios, y como dice nuestro padre espiritual “no miramos hacia atrás, solo miramos hacia adelante".

Larisa Mirgolóvskaya
Traducido desde www.obitel-minsk.ru

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