Con la ayuda de Dios
estamos entrando en la Cuaresma.
Tenemos que empezar a trabajar, a arreglarnos.
Nuestro hombre interior tiene que recuperarse. Todos nuestros pensamientos,
sentimientos – todo está esparcido, arrugado, aplastado por el pecado.
¿Cómo podemos
vivir en un estado así y seguir llamándonos cristianos? Necesitamos ayuda y la
Iglesia nos la ofrece en abundancia. Porque todo lo que se oye en el templo
santo, todo lo que pasa aquí está imbuido con el Espíritu Santo.
Es un
santuario que limpia cualquier inmundicia. Pero se necesita la atención, un
esfuerzo, hay que luchar contra las debilidades de sí mismo y creer en la
victoria de la resurreción de los muertos.
Todavía hemos dado un pequeño pasito
¡y tantos pasos tenemos por delante! Pero agradezcamos a Dios por este día. Si
el hombre agradecido aprecia lo que tiene, y el Señor le da aún más. Por eso,
vamos a prepararnos para las Completas, donde escucharemos el canon de Andrés
de Creta.
Mientras tanto, recordemos que este día sigue, que el servicio a Dios
se hace no sólo dentro del templo, sino también fuera de la iglesia, con la
gente que vamos a encontrar hoy y en los quehaceres que tendremos que arreglar,
a pesar, posiblemente, de un ligero cansancio...
Un par de horas en la iglesia
– ¿y cansados? ¿Y qué haremos en el Reino de los Cielos? Allí habrá alabanzas
sin cesar y una estancia constante ante el Altar. Por eso un poco de cansancio
no debe ser un obstáculo para seguir sirviendo a Dios, para trabajar con el
sudor de la frente, ganándonos el Pan de Cielo y el pan de la tierra.
Arcipreste Andrey
Lemeshónok, padre confesor del convento de Santa Elisabeta, 27.02.2017
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