˟

El Cielo, abierto a cualquiera…


Ha transcurrido una semana, y el Señor de nuevo nos reune juntos. En este mundo las personas más a menudo se ocultan uno de otro, se escapan, se esparcen en cualquier direción. Aunque estén sentados juntos un rato, sin apenas pensar o preguntar, ya es una victoria, porque casi nunca paramos, tan raramente nos calmamos. 

 ¿Quién sabría elegir hoy una palabra eficaz – ardiente, capaz de provocar el arrepentimiento, de hacerle uno entrar en razón? A lo mejor, ya hemos dicho todas las palabras, ¡pero tan raramente penetran en el corazón!
Las personas viven uno junto al otro. Los hijos se comunican con los padres, los padres con sus hijos, los maridos con sus esposas, los trabajadores con sus jefes, todos dicen algo, todos quieren algo, y nadie oye al otro – parece un país de sordos. Si empezaríamos a razonar y observar con atención lo que pasa en alrededor,  deberíamos asustarnos de cuán vacío e inútil es este mundo si no existe nada más que esta vida temporal. Todo acaba en el problema de cómo prolongarla, cómo hacerla más interesante, más сómoda. Uno dedica a esto todas sus fuerzas: hace dieta, vigila su figura, su aspecto – como si no entienda que tarde o temprano todo esto va a reducirse a polvo. No obstante se dice a sí: “Bueno, vamos, ¡merezco algo!”

Desde luego, si rememoramos nuestra vida, podemos parar en algo y decir: aquello fue verdadero. ¿Hubo muchas cosas así? ¿Cuántas palabras oímos, qué personas conocimos? El tiempo lo borra todo, lo echa al basurero. Hoy uno está emocionado de algo, le parece que este acontecimiento cambie toda su vida, se siente una persona diferente, pero el tiempo pasa y esto se olvida. Llegan problemas, preocupaciones – y todo se desvanece.  Y el alma espera de nuevo a que truena, para acordarse entonces de todos los santos, de cómo se persigna, de cómo rezar a Dios.

No podemos aislarnos de este mundo, porque somos su parte. Pero dentro de nosotros ya vive algo nuevo. “Dos hombres moran en mí”, - dice el gran apostol Pablo (Vea: Rom. 7:15-23). Entendemos que se trata de nosotros también, y un hombre nuevo nace en nosotros, y tenemos que criarlo y educarlo.


Naturalmente, deseamos que todos aprendan a escuchar y oir uno a otro, aceptar palabras que no gustan de todo, aceptarlas sin resistencia, sin contrataque. La gente reprime, atormenta uno a otro, porque no oye lo que se le dice, y, aún más, tampoco oyen a Dios. Mientras todo lo que debemos hacer es guardar silencio dentro de nosotros para que el corazón pueda percibir, oir y ver a Dios que está cerca.

Pero, ¿dónde está, donde Él se ha escondido? En el paraíso el Señor les buscaba a Adán y Eva preguntando: “Adán, ¿dónde estás?” Desde luego, Dios sabía donde estaba aquel, Dios estaba a su lado, pero quería que Adán y Eva se arrepientasen. Pero, no sucedió. Y ahora nos toca a nosotros buscar a Dios: “Señor, ¿dónde estás, dónde Te has escondido? ¿Por qué estás callado? ¿Por qué sufro tanto y estás indiferente, y no tienes lástima de mí, viéndome sufriendo?”

¿Qué es lo que ocurre? Es muy importante para nosotros - a través de la confianza en Dios, a través de la lucha contra nuestros propios razonamientos, sueños, conjeturas, pecados, pasiones – llegar a oir y ver a Dios y adorarle, como lo hizo el hombre ciego, como lo hizo el leproso, uno de los diez que regresó para agradecer. Si bien lo los ciegos, y sordos, y locos – todo esto trata de nosotros, de nuestra vida sin Dios, de nuestros impulsos y acciones, con los cuales, sin pensar, herimos a nuestros prójmos.

Todo lo que la Iglesia nos ofrece hoy, todo su calendario – es para servir a nuestra salvación, para que entremos en el Reino de los Cielos. No es algo efímero, incomprensible – es para mí, y debo aprender a hablar con Dios. Por una parte, la imaginación no es aceptable para la oración de iglesia, pero, por otra – tampoco es aceptable repetir estas palabras con sequedad e indiferencia, debemos poner en ellos todo el corazón.

El encuentro con Dios nos abre un mundo nuevo, un tiempo nuevo – la eternidad. Estamos viviendo dos vidas. Por una parte, seguimos nuestra vida terrenal, por otra – entendemos que en esta vida no hay nada más verdadero que Dios. Y la vida, de la cual nos apropiamos, hay que entregarla a Dios hasta el final.

En cada oficio de la iglesia se nos da la posibilidad de dar un paso hacia Dios, de superar nuestra propia carne y sangre. Y estos pasos hay que hacerlos constantemente. La única pregunta importante es si queremos vivir eternamente, si queremos vivir con Dios; si queremos que nuestro Rey lleve no la corona lujosa del poder terrenal, sino la de espinas; que esté no en el trono, rodeado de sus súbditos, sino martirizado, humillado, sangrando en la Cruz. ¿Queremos que sea nuestro Rey? Si queremos ir tras Cristo hasta el final o no – ésta es nuestra elección del día.  Pero sin la ayuda de Dios, sin Su gracia no podremos hacer la elección correcta. Por eso venimos al santo templo y pedimos ayuda, bebemos palabras valiosas llenas de Espíritu. Necesitamos de verdad estas palabras, necesitamos la Sangre de Cristo, Su Cuerpo, ya que nos dan la oportunidad de vivir minutos de la vida eterna.


Arcipreste Andrey Lemeshónok, padre confesor del Convento de Santa Elisabeta, 06.03.2017




CONVERSATION

0 коммент.:

Отправить комментарий

Labels