A la fe se oponen no tanto la incredulidad, sino otras religiones. Y no será el ateísmo agonizante de los europeos, raza en extinción, el cual en perspectiva se opondrá al cristianismo con toda la seriedad, sino los potentes sistemas religiosos del islam y del judaísmo.
Son religiones monoteicas que conocen al Creador y saben mucho sobre Él, y que llevan en su memoria genética y en sus tradiciones un equipaje considerable de la experiencia acumulada.
No discutimos con estas fes sobre si existe Dios, si es único y si dirige el mundo. Y ellos, y nosotros sabemos que existe, que es único, que dirige. Amén.
Pero discrepamos con ellos en cuanto a la actitud a Cristo.
El judío no reconoce al Mesías que vino, blasfema contra Él y espera a que venga otro.
El musulmán reconoce que el Mesías es un profeta que nació de la Virgen, pero no es el Hijo del Bendito.
El cristiano cree en “el unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos”.
Creer en Jesucristo, considerándolo “un simple profeta”, aunque sea libre de pecados, no es digno para un cristiano. Examinar las blasfemias judías – aún menos. Hay que confesar que el Hijo es - tal y como nos enseñaron - luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho. Y la fiesta de la Transfiguración nos ayuda a fortalecer nuestra fe.
Es una fiesta que da sentido y pone el objetivo. Nos muestra Quién en realidad es aquel humilde Jesús, cual recorría Palestina caminando, hablaba con la gente y comía comida simple. Él es el Rey que tiene desde el inicio de los tiempos la misma gloria que el Padre. La Ley en la persona de Moisés se inclina ante Él, lo mismo hacen los profetas en la persona de Elías. Él es luz y no hay en Él nada de oscuridad.
El que cree en Su nombre cree no en un hombre, ni en un profeta o ángel, sino en Dios verdadero que llevó sobre sí la débil y limitada naturaleza humana.
La fiesta pone el objetivo - aquí vemos que se alcanza el borde sagrado: cumplen las profecías, se abre el sentido de la Ley y alrededor de Jesucristo se unen los que están en los cielos (Elías), y en la tierra (apóstoles), y debajo de la tierra (Moisés). Todos están junto a Él, igual que la partículas sacadas – en un diskos (patena) alrededor del Cordero (¡los sacerdotes saben!), y todos están bien.
Cuando está brillando Su luz eterna, entonces – “nos trae salvación” (Mal. 4:2).
Cuando está en su gloria – se acaba la historia y empieza la dicha. De hecho, eso mismo, como un anticipo, se les permitió sentir a tres apóstoles y dos profetas: la historia se ha acabado y los hombres han entrado en el Reino por la luz eterna del Rey resplandeciente.
Debido a eso la Transfiguración por su sentido y significancia está justo después de la Natividad y la Pascua.
La Natividad es la entrada de Dios en el mundo de los humanos. “Y la Palabra se hizo carne”.
La Pascua de Resurrección es la victoria sobre la muerte. «Devorada es la muerte por la victoria» (1 Cor 15:54)
La Transfiguración es el presentimiento de la futura bienaventuranza, de cuando los salvados van a vivir en Jerusalén Celeste, sin necesitar el brillo del sol, de la luna o lámparas en esta ciudad, “porque la ilumina la gloria de Dios y el Cordero es su lumbrera”. (Apoc. 21:23)
Creemos no en un hombre, humillado por la gente mala, insultado y clavado a la cruz. Ni en un gran profeta, bueno y virtuoso, pero enormemente alejado de la naturaleza Divina. Creemos en la Palabra, en la cual “estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad” (Juan 1:4). Precisamente esto nos quiere mostrar la fiesta de la Transfiguración.
Traducido del ruso, fuente:
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