Durante
cuarenta días Jesucristo – Dios Inmortal y Hombre Resucitado – se reunía con
Sus discípulos, compartía comida con ellos, les enseñaba, y luego, ascendió al
cielo ante sus ojos, ocultado por una nube. Y, “después de haberlo adorado, ellos regresaron a
Jerusalén con gran gozo” (Lucas 24:52).
¿A qué se debe este
gozo, a simple vista, tan inapropiado? – ¡Si acaban de despedirse de su
Maestro! Le perdieron tan de repente y de una manera tan terrible, vieron Su
ejecución, tormento y muerte. Le enterraron con prisa y llenos de desesperación...
igual de repente Le encontraron y estaban viviendo de la alegría de este
hallazgo. Y, pasados cuarenta días, se fue para siempre – y los apóstoles...
están felices!
¿Cómo explicar esta
felicidad? ¿Por qué durante mucho tiempo estuvieron mirando al cielo – tanto
tiempo que se necesitó la ayuda de dos ángeles para “despertar” a los apóstoles
y hacerles regresar a la Ciudad Santa?
La respuesta se le
escapó al evangelista Marcos. Eso siempre pasa con la gente simple: mientras
los sabios y los entendidos hacen teorías, afinando términos y métodos, se
encuentra alguien que con una palabra revela todo el secreto. San Marcos no
quiso ocultar nada. Con una sola frase nos indicó el motivo de la alegría de
los apóstoles: Cristo se sentó a la derecha del Padre.
Pero, ya lo sabemos.
Está inscrito en el Credo. ¿Qué hay de extraordinario aquí? Es una imagen
bíblica bien conocida. ¿Por qué entusiasmó tanto a los apóstoles? Porque no
sólo pensaron o descubrieron, sino vieron
algo que concierne a cada uno de nosotros.
La ascensión y el estar sentado a la derecha de Dios
no son sólo imágenes mesiánicas, no son parte de la historia de un héroe excepcional
– antiguo o bíblico. La antigüedad religiosa conoce un montón de historias así.
Pero Cristo no es un héroe antiguo, ni un profeta bíblico. Cristo es Dios
Encarnado. Dios que se hizo hombre para siempre. Ya nunca se desencarnará. Es un
hombre permanentemente. Nuestro Hermano. Nuestro Padre. Es parte de la
naturaleza humana. Es parte integrante de
nosotros mismos, seamos quien seamos, y hagamos lo que hagamos. Mediante Su
ascensión dijo algo importante no sólo a los apóstoles, sino a cada persona en
la tierra, ya que tiene con cada uno de nosotros lazos de verdadera consanguinidad.
Jesucristo indicó a cada uno su lugar. Nos mostró donde es natural que estemos,
donde está nuestra Patria – junto a Dios, nuestro Padre, verdadero y amoroso, en
aquel mismo Reino, donde ya no se necesitan nubes y arco iris para simbolizar
algo, donde estamos Mi Padre y yo – cara a cara – allí está nuestra Patria. Con
su Ascensión el Señor indicó al hombre su lugar. Dios puso a cada uno de
nosotros en su lugar apropiado. Nos devolvió allí donde hemos de estar.
¿Qué significa lo que Cristo está sentado a la
derecha del Padre? El apóstol Pedro, contemplando este misterio detrás de la
nube, a la derecha del Padre vio a... Pedro, sentado a la derecha del
Padre. El apóstol Juan – a Juan, a la
derecha del Padre. Y cada uno de nosotros, fijándose en este misterio de la revelación,
verá a la derecha de Dios – en la alegría y en el consuelo – a sí mismo en su
lugar natural y predestinado. Porque es la voluntad Divina con respecto al
hombre. En Cristo cada uno de nosotros está sentado a la derecha de Dios.
En esta revelación sobre la patria celeste se
esconde precisamente la fuente de la alegría de los apóstoles. El sentido del
acontecimiento también se refleja en las palabras que se dijeron por otro
motivo, pero transmiten la esencia de la Ascensión: “Porque conviene que
cumplamos toda justicia” (Mateo 3:15). El estar sentado a la derecha del Padre
– es la justicia evangélica sobre el hombre.
Archimandrita Sabas (Mazhuko)
Traducido por Catalogo del convento Santa Elisabeta
Fuente: http://www.pravmir.ru/wp-content/uploads/2013/06/
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