Vida de Santa Elisabeta
Princesa alemana
Elisabeta Aleksandra Luisa Alicia (entre los familiares -
Elle) de Hesse y Rin nació el 1 de noviembre de 1864 en Darmstadt, la capital
del ducado de Hesse-Darmstadt. Fue la segunda entre los siete hijos del Gran
Duque de Hesse-Darmstadt Luis IV y de la princesa Alicia, hija de la reina
Victoria.
La joven princesa fue bautizada con ese nombre en honor
de Elisabeta de Turingia, antepasada de la casa de Hesse que vivía en el siglo
XIII y dedicó su vida a las obras de caridad. Muchos rasgos del carácter
y del camino vital de la futura Gran Princesa rusa Elisabeta la hacen semejante
a su pariente lejana. A pesar de los siete siglos que las separan, sus destinos
parecen repetirse. Elle reverenciaba a la santa patrona de Turingia y
Hesse glorificada en la Iglesia Católica, e intentaba seguir su ejemplo.
Los padres de Elle ayudaban mucho a los desfavorecidos y
les donaron la mayor parte de sus bienes. El Gran Duque Luis IV tenía fama por
su bondad. Sus compatriotas llamaron a su esposa una princesa-ángel, ya que ella
hacía bien a todos: tanto a los nobles como a la gente llana.
Para la joven Elle su madre fue el primer ejemplo de una
persona creyente, que entregó completamente su vida al servicio a la gente y
permaneció fiel al camino elegido, sin dejar de realizar sus objetivos. La
princesa Alicia intentaba transmitir todas sus ideas y conocimientos a sus
hijos, criándolos según los mandamientos cristianos e inculcándoles el amor a
los prójimos, cuidando de los miserables y desfavorecidos. Los niños siempre
acompañaban a su madre a hospitales, internados, casas para personas de movilidad
reducida, donde no solo intentaban consolar a la gente, sino también aprendían
elementos de la medicina práctica.
Describiendo brevemente el carácter de Elle, ya en la
infancia decían que ella no era de este mundo. La chica siempre ayudaba a los
que sufrían alguna desgracia, no juzgaba a nadie, sino al contrario procuraba
justificar errores de los demás. Era una niña talentosa de vastos conocimientos
que se dedicaba a la teología, la música y la pintura. Elle estaba dotada del
sentido de la belleza, admiraba la hermosura de naturaleza, sobre todo le
gustaban las flores. Más tarde, cuando el destino la llevó a Rusia, pintaba
iconos y bordaba velos de iglesia, pintaba porcelana, grababa, coleccionaba
obras de arte.
Gran Princesa
La princesa Elisabeta fue muy hermosa. Además, su belleza
exterior reflejaba su espiritualidad interna. La joven era singular, no se
parecía a nadie. Ni una foto nos ha podido transmitir auténticamente esta
belleza refinada. Según el arzobispo Anastasiy (Gribanovski): “Por todas partes
traía consigo una fragancia de azucena. Quizás por eso el blanco fuera su color
favorito – reflejaba el brillo de su corazón”.
Los mejores pretendientes de Europa empezaron a pedir la
mano de Elle a edad muy temprana. Pero la joven se casó con el Gran Duque
Sergio Aleksándrovich – el quinto hijo del zar Alejandro II. Se conocieron ya
en la infancia, cuando el duque llegaba a Alemania con su madre la zarina María
Aleksándrovna de Rusia, princesa de Darmstadt. La bendición nupcial tuvo
lugar en junio de 1884. En aquel entonces Elle había cumplido 20 años. Aquel
matrimonio se convirtió en un ejemplo de amor y fidelidad de los cónyuges.
Toda la familia acompañó a la novia a Rusia. Junto con
ella llegó su hermana Alicia de 12 años que encontró allí a su futuro marido,
futuro emperador ruso Nicholás II.
En la vida espiritual Elle estaba sometida a la
influencia de su marido, una persona profundamente religiosa. Según las leyes
del Imperio ruso, la Gran Princesa tenía derecho de no aceptar la nueva
religión, pero en ella maduraba el deseo de abrazar la ortodoxia. Después del
viaje a Tierra Santa tomó con firmeza la decisión de convertirse en cristiana
ortodoxa. En vísperas de Pascua de 1891 año se convirtió en una cristiana
ortodoxa por su propia voluntad sin permiso de su padre”. Y según los
contemporáneos, su decisión fue sincera, penetrante y absoluta.
Primera dama de
Moscú
En 1891 el Gran Príncipe Sergio Aleksándrovich fue
nombrado gobernador general de Moscú. El cargo les obliga a él y a su esposa a
organizar recepciones, visitar bailes, conciertos. Sin embargo, esto no impide
a Elisabeta Fiódorovna dedicarse a la beneficencia. Visita hospitales para los
pobres, asilos de inválidos, internados para huérfanos. En cualquier parte
intenta aliviar sufrimiento de los desfavorecidos, trayéndoles dinero, comida,
su cariño. En su opinión: “La felicidad no consiste en vivir en un palacio y
ser rico. Se puede perderlo todo... Esfuérzate por hacer feliz a los que están
cerca de ti, y serás feliz tú.”
La lista de organizaciones benéficas creadas por la Gran
Princesa es muy larga. Es más fácil indicar las de gran escala, por ejemplo, la
sociedad caritativa de Elisabeta. Durante 25 años de trabajo, prestó ayuda a
nueve mil niños.
Durante la guerra ruso-japonesa Elisabeta Fiódorovna
ayudaba al frente. Casi todas la salas del palacio de Kremlin fueron ocupadas
por talleres, donde miles de trabajadoras preparaban envíos con productos
alimenticios, ropa, medicamentos para los soldados. Además la Gran Princesa
organizó en Moscú el trabajo del hospital para los heridos y comités especiales
para mantenimiento de las viudas y huérfanos de los fallecidos.
Aquel período en la historia del Imperio ruso se
distinguió por el comienzo de disturbios estatales y públicos, actos
terroristas inauditos, mítines y huelgas en gran escala: se acercaban los
acontecimientos trágicos de 1917.
Pérdida del
esposo
El 4 de febrero de 1905 Sergio Aleksándrovich fue
asesinado delante de muros de Kremlin por una bomba lanzada por el terrorista
Iván Kaliáev. En el lugar de tragedia la Princesa atónita en vez del cuerpo de
su amado esposo vio una masa sangrienta. Ella no perdió la razón, no gritó y no
tuvo un ataque de histeria, sino que se arrodilló y se puso a recoger lo que
quedó de su marido.
La fuerza de espíritu extraordinaria de esta mujer se
reveló también, cuando encontró en la cárcel a Iván Kaliáev y le pidió que se
arrepintiera. Pero él se negó, aunque la Gran Princesa le perdonó y se
dirigió al emperador con solicitud de indulto.
Después de la pérdida de su marido Elisabeta Fiódorovna
no dejó las obras del servicio público y de caridad, sino que también se encargó
de organizaciones que encabezaba su marido. En particular, participó
activamente en la labor de la sociedad imperial ortodoxa palestina.
Desde la trágica muerte de su esposo Elisabeta Fiódorovna
llevaba un vestido de luto, no visitaba recepciones mundanas, guardaba ayuno
estricto y rezaba mucho. Su dormitorio en el palacio Nikoláievski parecía una
celda monástica. Todos los objetos lujosos fueron retirados.
Convento de
Santa Marta y Santa María
No se sabe exactamente cuándo y cómo se le ocurrió a la
Princesa la idea de crear un convento de caridad. El prototipo de su estructura
lo vio en el servicio de Marta hacendosa y María devota, hermanas de Lázaro al
cual Jesucristo resucitó de los muertos. Como escribe el arzobispo Anastasiy,
ella fue guiada por el principio: “No ser de este mundo y, sin embargo, vivir y
actuar en el mundo para transformarlo”.
Para el futuro Convento de Santa Marta y Santa María,
Elisabeta Fiódorovna adquirió en Moscú, en la calle de Bolshaya Ordynka, una
hacienda con cuatro casas y un jardín. Allí se encontraban locales de servicio,
iglesia, hospital, farmacia, enfermería, escuela para niñas del internado y una
biblioteca. Más tarde fue construido otro templo asombroso por su modelo
arquitectónico, la Catedral de la Protección de la Madre de Dios.
El Convento, sus templos, misas y la vida cotidiana
fueron admirados por los coetáneos. Además del padre espiritual del Convento,
el sacerdote Mitrofán Serébriansky, los mejores pastores de Moscú y otras
ciudades de Rusia llevaban a cabo su misión cristiana y predicaban allí.
De verdad la vida de la superiora del convento fue
abnegada, al límite de las capacidades humanas. Dormía cerca de 3 horas al día
en la cama de madera sin colchón. Guardaba un ayuno muy estricto. Por la mañana
se levantaba a la oración, después de la cual distribuía obediencias entre las
hermanas, trabajaba en el hospital, recibía a los visitantes, examinaba el
correo.
Por la tarde visitaba a los enfermos. Después rezaba en
la iglesia. Si algún enfermo grave necesitaba ayuda, ella se quedaba delante de
su cama hasta el amanecer. En el hospital ayudaba durante las operaciones,
hacía vendajes. La madre Elisabeta siempre encontraba las palabras de consuelo
para cada paciente, hacía todo lo posible para aliviar el dolor.
No es sorprendente que ya en vida a la abadesa del
Convento de Santa Marta y Santa María la denominaron «santa». En la ciudad
muchos al encontrarse con ella se santiguaban y la saludaban, besaban sus manos
y vestimenta.
Durante 9 años de su existencia la fama del Convento de
Santa Marta y Santa María se extendió por toda Rusia, y su hospital se
consideraba el mejor. Allí trabajaban los médicos experimentados, todas las
operaciones eran gratuitas. Los desesperados se dirigían allí y los curados
lloraban, abandonando el convento de “la Gran Madre”, como llamaban a la
abadesa.
Al principio el monasterio contaba con solo 6 habitantes.
En 1918 su cantidad alcanzó hasta 105 personas. Todas las hermanas del convento
aprendieron medicina y cuidaban de los enfermos. Sin embargo, Elisabeta
Fiódorovna prestó atención no solo al hospital, sino también a la ayuda a los
miserables. Creó internados para los huérfanos, personas discapacitadas y
personas con enfermedades graves. Junto con las hermanas del convento
regularmente visitaba a todos, prestándoles ayuda económica y espiritual. El
monasterio recibió más de 1000 peticiones al año y ninguna de ellas se quedó
sin respuesta.
Llegó el 1917, el año crucial en la historia rusa. En
primavera por encargo del kaiser Guillermo el ministro sueco se dirigió a Gran
Princesa con la propuesta de abandonar el Imperio Ruso. Pero ella se negó.
Al cabo de un año el embajador de Alemania por encargo de su gobierno dos
veces intentó organizar su salida al extranjero. Pero Elisabeta Fiódorovna
decidió con firmeza compartir el destino del país, al cual consideraba su nueva
Patria. Ella no podía saber qué hazaña le esperaba adelante, pero en nombre del
Señor que amaba con todo su corazón y su toda la mente, estaba dispuesta a
todo: “Lo acepté no como una cruz, sino como un camino lleno de luz”.
Corona
imperecedera
Después del golpe de Octubre las autoridades no tocaron
el Convento de Santa Marta y Santa María, pero solo hasta un momento dado.
Aquello fue la calma antes de la tormenta. En el tercer día de Pascua de 1918,
el Patriarca de Moscú y de toda Rusia Tijon visitó el monasterio. Celebró la
misa y tuvo una conversación muy larga con hermanas y abadesa. Después de su
marcha la madre fue detenida. Durante la breve despedida todos los presentes
estaban llorando, pues nadie albergaba la esperanza de volver a verla. Aunque
el propio Patriarca solicitó la libertad de la Gran Princesa, sus esfuerzos
fueron en vano: todos los miembros de la casa imperial fueron condenados.
Entrada la noche el 18 de julio de 1918 Elisabeta
Fiódorovna junto con otros representantes de la familia Románov fueron
arrojados vivos en una mina antigua. Cuando los verdugos realizaban su crimen,
ella repetía las palabras del Cristo crucificado: “Señor, perdónales, porque no
saben lo que hacen”. Deseando ocultar las huellas de su masacre, los
bolcheviques tiraron dos granadas de fragmentación que provocaron un derrumbe
en la mina. Pero todavía por varios días se oían salir del pozo las oraciones
cantadas por los mártires. Los presos morían lentamente de sed, hambre y
heridas.
Veneración
En 1920 las reliquias de la abadesa del Convento
de Santa Marta y Santa María y su fiel monja Varvara fueron llevadas a
Pekin. Al cabo de un año gracias a los esfuerzos de la princesa Victoria de
Battenberg (hermana de Elisabeta) los restos fueron trasladados a Jerusalén y
enterrados en la iglesia de Santa María Magdalena.
En 1981 en vísperas de canonización de los nuevos
mártires rusos por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero decidieron abrir
los sepulcros. Abierta la tumba con el cuerpo de la Gran Princesa, todos los
presentes sintieron un aroma, el olor fuerte de miel y jazmín. Resultó que
algunas partes de reliquias de las Nuevas Mártires Elisabeta y Varvara
permanecieron incorruptas. Las trasladaron solemnemente en el mismo templo de
Santa María Magdalena. Actualmente se encuentran al lado del altar y toda la
gente puede observarlas y adorarlas.
La Gran Princesa Elisabeta y monja Varvara fueron
canonizadas por la Iglesia Ortodoxa Rusa en 1992. El 18 de julio es el día de
su conmemoración.
A ella le están dedicados templos y monasterios en muchos
países de Europa. Así, en Minsk, la capital de la República de Belarús, existe
una de las más grandes comunidades del país y el Convento en honor de la Santa
Mártir Elisabeta. Varias organizaciones públicas y religiosas siguen las
tradiciones de la actividad benéfica y de ilustración de Elisabeta Fiódorovna.
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